Skip to main content

Eva María Campoy Esposa y madre de siete en casa, y unas cuantas docenas más en el colegio. Formadora de adolescentes desde hace más de 17 años. Apasionada de la formación del profesorado ("la clase que la puedas impartir igual con alumnos que sin ellos, mejor no la des"). Convencida de que la buena comunicación y el buen humor (y de vez en cuando, un buen aperitivo…) son la mejor manera de hacer que nuestra vida sea lo más plena y feliz. Enormemente agradecida por todo lo que se le ha dado en la vida…

No tenía pensado hablar de nuestros adolescentes ni de lo difícil que tienen elegir bien y vivir unos noviazgos estupendos para luego formar unas familias maravillosas y así hacer un mundo más feliz para todos (¡qué bonito y qué esperanzador!). Más bien pretendía unirlo a otra charla de esas que nos dan de vez en cuando a los “profes” para mantenernos al día y renovar nuestra ilusión por educar, en la que nos hablaban de lo bueno que es que ayudemos a los padres de los alumnos a que “aguanten” hasta las rebajas para comprarse aquello que les viene bien o les apetece tener, porque así, no sólo pueden adquirir un producto de mejor calidad por el mismo precio, sino que van acostumbrándose a esperar para obtener algo. Otra vez: “esperar“.

Y ahora me planteo: ¿qué tiene la espera para que gente tan preparada y de tan distintos ámbitos nos hablen de lo mismo, tan convencidos de su valor?

Esperar conlleva aspectos sumamente “saludables” para el ser humano. Por ejemplo, la posibilidad de sopesar si lo que en un momento dado nos parece imprescindible, tras dedicarle un rato de reflexión ya no nos parezca tan fundamental (¡cuántas veces los adultos compramos algo que nos parece de primera necesidad, y cuando ya lo tenemos, no lo usamos hasta dos meses después de adquirirlo!

¿Cómo traducimos esto al ritmo frenético del hogar, de la escuela? ¿Cuántas veces nos sentimos culpables porque nos piden agua los pequeños de casa y no podemos dársela por la sencilla razón de que vamos en coche y no tenemos agua a mano? Propongo una guerra contra el sentimiento de culpabilidad en éste y en tantos casos con adolescentes que quieren algo y lo quieren ya. Y no me refiero sólo a cosas materiales. Que si pueden invitar a tal amiguito a casa… Las invitaciones ayudan a establecer nuevas relaciones sociales, amistades. Pero el caso es que a veces cuesta conciliar tanta invitación con la organización familiar. Y entonces, ¡menudas lloreras! Pues, ¡que vivan las lloreras que te llevan a ser más libre, a no depender de tener o no tener tal cosa, a hacer ese plan o incluso la atención de papá en ese preciso instante!

Guerra al sentimiento de culpabilidad desde el íntimo convencimiento de que es lo que necesiten nuestros hijos y alumnos. Todo esto rociado con el bálsamo tan recomendable de la dulzura a la hora de exponer nuestros argumentos para actuar de esta manera… y esto nos obliga a tener una serenidad y cordura que, de nuevo, la vida frenética no siempre nos permite, o nos pone muy difícil… pero esto ya es tema para otro día. Y para eso, también habrá que esperar.

X
X