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Era una calurosa tarde de finales de primavera. Ella entró en mi consulta, agotada después de un día de duro trabajo. Pero no era el trabajo lo que le hacía sentirse tan profundamente triste. Casi sin levantar la cabeza, comenzó a hablar, tan bajito que casi no podía oírla. “Paloma, yo había oído hablar de la adicción al alcohol, a las drogas, incluso al juego, pero hasta ahora no podía imaginarme que existiese la adicción a la pornografía. Es decir, había oído hablar de ello en las películas, en alguna novela, pero no podía imaginarme que iba a experimentarla tan de cerca”. Entonces se cubrió la cara con las manos, se puso a sollozar y me dijo: “la semana pasada llegué a casa casi de noche, entré en la sala de estar y descubrí a mi marido viendo páginas porno. El no se percató de mi llegada, así que siguió durante un buen rato… yo me quedé petrificada, sin poder hablar, y en cuanto me recompuse un poco subí en silencio a mi habitación. Cuando el subió, media hora después, fingí que no había visto ni oído nada. El se acercó, me preguntó que tal el día, me dijo que estaba muy cansado, me dio un beso en la frente y fue a cambiarse para meterse en la cama”.

“Evidentemente no pude pegar ojo en toda la noche. ¿Cómo era posible? ¿Quizás mi marido estaba pasando por una crisis? ¿qué tipo de crisis? ¿una crisis matrimonial? ¿una crisis profesional? ¿y estaría engañándome también con otras mujeres en la vida “real”? Porque me sentía completamente engañada”.

Yo la miré y, con una voz tranquilizadora, respondí: “Puede ser una mezcla de todo” le dije. “¿Qué es lo que más te preocupa?” añadí. “Que ya no me mira a los ojos, que se ha encerrado en si mismo, que no tiene muestras de afecto y que hace meses que no me propone momentos de intimidad. ¿Crees que tiene solución?”. “Tendría que hablar con él y ver cuál es el origen, qué lo ha motivado y qué lo ha mantenido” le respondí. “Pero ¡por supuesto que tiene solución!”. En ese momento le cambió la cara y, por primera vez en más de una semana, pensó que a lo mejor la cosa no era tan terrible como había pensado en un principio.

Unos días después vino él a la consulta. Llegaba cabizbajo, con la vergüenza del que sabe que ha hecho algo mal, que se ha hecho daño a él mismo y a la persona que más quiere. Ya había pedido perdón, pero todavía no había descubierto las causas de su adicción, y por tanto tampoco sabía como superarla. Empezamos a explorar las posibles causas de su comportamiento, y me confesó que llevaba bastante tiempo sufriendo un alto nivel de estrés en el trabajo, durmiendo poco y buscando momentos de tranquilidad en internet, al que accedía sobre todo a través del móvil. Pero no estaba seguro de cómo había empezado todo aquello. Haciendo memoria, creyó recordar que había empezado a visitar páginas porno casi sin querer, por casualidad. “ya sabes” me dijo. “En internet, una cosa lleva a la otra, empecé leyendo el periódico, encontré un artículo “caliente”, hice click en el mismo, lo leí, me picó la curiosidad, visité una página porno…y acabé visitando docenas de ellas. En pocos días se había convertido en una costumbre, y aunque no me gustaba nada aquello, y sabía que estaba mal, no podía parar”. En suma, lo que empezó como una curiosidad se había convertido en hábito. Y el hábito se había terminado convirtiendo en una adicción. No había querido comentar su preocupación laboral con su mujer, para no preocuparla. Y no había sido capaz de pedir ayuda o de buscar una salida más sana y adecuada. Se había sentido atrapado.

Le pregunté que de qué le había servido, qué creía que le aportaba la pornografía. Sin dificultad reconoció que no era más que un simple desahogo a corto plazo, que le producía un instante de satisfacción superficial y enseguida le dejaba una sensación de asco. Un día sintió de repente que estaba engañando a su mujer y se sintió fatal, pues estaba atacando lo más grande y bonito que tenía, su vocación, que pasaba por su matrimonio y su familia. La pornografía, lejos de mejorar su matrimonio, lo estaba destruyendo desde lo más profundo. Le estaba impidiendo vivir una sexualidad plena. Había destruido la confianza y a él le había convertido en un egoísta de tomo y lomo.

Decidimos que lo mejor era que él tuviera terapia individual y que los dos acudieran a terapia de pareja. Él se dio cuenta de que estaba viviendo una sexualidad desordenada y que este desorden estaba afectando al núcleo de su matrimonio. Empezó a trabajar, empezó a conocerse, a darse cuenta de que no había actuado con inteligencia y sensibilidad, pues había buscado una compensación inadecuada para sus carencias emocionales y afectivas. Aprendió que estas necesidades, que son muy reales y muy profundas, únicamente se pueden satisfacer de veras en la intimidad del amor conyugal. Se dio cuenta también de que carecía en este momento de recursos para afrontar el estrés que le generaban las situaciones difíciles y que lo que solía hacer en esos casos era dejarse llevar. Empezó a hacer ejercicio físico con frecuencia, se sentó y recordó hobbies que había tenido de niño y que nunca más había vuelto a tener, limitó el uso de las pantallas y puso filtros que le ayudaran a no caer.

Durante la terapia de pareja fueron conscientes de que habían dejado de priorizar y de que, sin darse cuenta, habían puesto en primer lugar a los hijos y sus trabajos. Ellos habían quedado, posiblemente, en el último lugar. Cada uno había buscado refugio en otros sitios, personas o cosas. Él se había encerrado en internet y ella en sus múltiples labores. Y ninguno de los dos había mirado al otro, cada uno se había mirado a sí mismo. Como si eso fuera suficiente. No habían vivido la intimidad, la sexualidad, con el sentido que ésta tenía. Se dieron cuenta de que esto tenía que cambiar. Además, aprendieron que la sexualidad es una forma de comunicar lo que uno siente por el otro. Y que el placer es un medio y no un fin en sí mismo. Se propusieron volver a cuidar detalles de afectividad y momentos de intimidad. Aprendieron finalmente que las luchas son parte de la vida, que es posible pedir perdón y perdonar. Y que es mucho más fácil hacerlo juntos que por separado.

Se pidieron perdón y se propusieron reconquistarse el uno al otro, como cuando se conocieron y se enamoraron por primera vez, pero ahora de una manera más madura y comprometida. Decidieron que desde este momento vivirían “alerta” a esas pequeñas señales que a uno le hacen ver que algo no marcha bien, para tomar medidas inmediatamente. Aprendieron que el verdadero amor—el que busca constantemente el bien del otro—es el mejor arma para vencer las adicciones.

Paloma de CENDRA de LARRAGÁN

Psicóloga y Terapeuta Individual, de Pareja y de Familia www.lapovedaformacionydesarrollo.es

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